lunes, 18 de junio de 2012

Por el Fontán anduvimos.



(2)   ANTÓN. Artesano de la reparación de cacharros y paraguas. 


Era sencillamente una institución, que en este caso podríamos decir que alcanzaría valor de símbolo. Vino nuestro hombre de tierras gallegas, concretamente de Los Peares (Orense). Llegó a Asturias en compañia de un hermano suyo, de profesión calderero y con el que aprende el oficio. No tenemos la certeza del año de su llegada, bien podría haber sido en el primer cuarto del s.XX.
Después de recorrer la provincia durante algún tiempo, decide afincarse en El Fontán, donde poco a poco comienza a ganarse la confianza por su buen hacer, bondad, simpatía y por su gran humanidad. Allí crea una familia, y de donde no iba a moverse hasta sus últimos días.
Antón el Paragüero 
El primer puesto que instaló en el Fontán, ocupaba un lugar en la calle Fierro, bajo los arcos, frente a comercio de telas "Casa Germán", que aún existe. Después de la guerra civil, y sin que sepamos la causa, se traslada con sus bártulos a la plaza Daoiz y Velarde, en lo soportales -sobre la tercera o cuarta columna- en la parte baja de la plaza.
Sentado sobre una especie de "banco-arcón" -donde guardaba su herramienta al final de la jornada-, sobre el que colocaba un cojín. Utilizaba una barra de hierro anclada en un tronco, que incorporaba en la parte superior una especie de yunque, sobre el que reparaba o remendaba cualquier tipo de menaje (cacharros); potas, cazos, sartenes, barreños, calderos y todo lo imaginable. También se empleaba con gran destreza en la reparación de paraguas.
Su imagen, inconfundible; de talla mas bien menuda, piel tostada, rostro arrugado por los años vividos, semblante sincero y risueño, una voz fina y su acento gallego que nunca perdió, pelo blanco, tocado siempre con boina negra y bata de color gris. Gran aficionado al fútbol en toda regla, sus equipos favoritos eran: primero el Stadium Ovetense, al que siguió desde su fundación, después el Real Oviedo, que tuvo origen de la fusión sabida. Estos eran los rasgos un tanto generales de Antón Rodríguez Pereira, que este era su nombre completo; hombre que vio pasar varias generaciones "fontaniegas", y esencia viva del mismo, tanto como el "cañu" o el mismo palacio de San Feliz. Todo un icono.


Cayo Fontán  



Por el Fontna anduvimos:











(1)
PEJERTO.   Maestro del vaciado


Sobre cuando llegó aquí este operario -que hoy alcanzaría categoría de autónomo-, nada podemos señalar. Cuando más concretamente le conocí era ya persona de cierta edad, y padre de varios hijos. Hablamos de los primeros años de la década de los veinte y ha de suponerse que viniera a Oviedo mucho antes.
Libre de titubeos, le recuerdo en el puesto que establecía en la calle de Fierro; primero por el arco cercano a la esquina de Daoiz y Velarde, al lado de Antón, arreglando paraguas y menajes diversos. Más tarde (después de la guerra civil de 1936, acaso), en la esquina contraria, la que da a la calle del Fontán. Allí estuvo hasta el cese de la actividad laboral.
Era un hombre de constitución enjuta, rostro descarnado y nariz en el limite de lo aguileño. Para trabajar usaba siempre gafas de cristales grandes. Vestía  permanentemente bata de color azul, de tela recia y cubría su cabeza con un sombrero de fieltro, de color negro. Calmado de modales, daba sensación de serenidad mientras trabajaba, y ello vino a darle aprecios sin limite entre los moradores del barrio.
Con el producto de su buen laborar, consiguió para el y los suyos una forma de vida suficiente, austera; digamos decorosa.
Pejerto López
Siempre fue el Fontán, algo así, como una sucursal mayor de la emigración hacia nuestra tierra del elemento galaico, integrado en el gremio de los vaciadores y demás oficios consustanciales. Por aquí solían  venir muchos manejadores del artilugio afilador y herramientas útiles, para la reparación del menaje cocinero. Algunos encontraron acomodo; PEJERTO LÓPEZ, encontró en la calle Fierro -arteria muy señera en el circular por el Fontán-, el rincón ad hoc para el despliegue de sus habilidades, y allí sentó sus reales. En su espcialidad no era el único en el Fontán, pero dos días de mercado semanal y la proximidad de dos plazas, de frutas y hortalizas y de carnes, generaban trabajo para todos.
En todo aquello radicaba la clave que le decidió a quedarse allí para lo que restaba de vida. Así nos parece.

Cayo Fontán.