sábado, 28 de enero de 2012






LOS JUEVES.

Los jueves era un día especial. Muy próximo a mí domicilio se instalaba cada semana el mercado semanal. Ese día, durante unas horas, era lugar donde se centraba el verdadero pálpito de la ciudad. Me encantaba observar; madrugaba par poder ver la ceremonia del montaje de los puestos ambulantes. La diversidad de olores que ibas percibiendo mientras caminabas entre el gentío; las verduras, la fruta, las dulzainas, los encurtidos, la fritura de churrería, chocolate, el alcohol; el especial olor del cuero de los aparejos para los animales, etc. Resultaban vitamínicos para mí. El murmullo, los gritos entrecruzados de los vociferantes vendedores hacían que su mensaje fuera ininteligible. Los loteros, los mendigos, los trileros y  timadores, que de todo existía.
Pero de aquel ambiente bullanguero, había algo que para mí sobresalía de lo demás. Eran los vendedores de soluciones imposibles. Divulgadores de inventos inverosímiles, alguno llegaba a anunciarse como propagandista universal. Eran los conocidos como “charlatanes”.  De entre estos, había uno que me resultaba fascinante, se hacía anunciar como: fakir Fachay. Personaje difícil de catalogar; vendedor multidisciplinar. Elaborador de todo tipo de ungüentos, brebajes, pócimas o tisanas, curadoras o aliviadoras de cualquier tipo de males y dolencias; desde verrugas, pasando por callos o hemorroides, incluso, prometía curar la tartamudez. De la misma manera dominaba todo los secretos de la fabricación de esencias y perfumes, que el mismo envasaba por medio de una pipeta ante el público en pequeños frascos en los que en diminuta letra proclamada: todo el mundo sabe que lo bueno viene en envase pequeño. Vestía adecuadamente para la ocasión; vistoso turbante rematado con un elegante camafeo, larga y cuidada barba, chaleco sin camisa y pantalones bombachos de raso y aparatosas babuchas, todo ello en deslumbrante colorido. Entre las demostraciones de sus milagreros productos, solía deleitar al público con extraordinarios números de ilusionismo, prestidigitación y fakirismo, así: adivinaba el porvenir de personas, hacia desaparecer objetos o bien introducía estiletes por las fosas nasales, comía cristales de bombilla, etc. Le auxiliaba en su trabajo una mujer que decía ser alemana, nunca supe si era su pareja.
Avanzada la mañana el mercado comenzaba a languidecer. La peña infantil de admiradores siempre nos quedábamos hasta el final. Fachay, se acercaba para deleitarnos con alguno de sus innumerables trucos, procurando siempre tener entre sus manos alguno de nosotros al que mostraba todo su afecto con caricias, roces y tocamientos, como preámbulo de los regalos que solía ofrecernos: caramelos, regaliz, chicles, etc.
Hasta bastante tiempo después, no fuimos conscientes de las intenciones, ni de la dependencia que tenía de aquella gratificante necesidad para el. Con la perspectiva del paso del tiempo, siempre recordé que aquel tipo podía haber incubado en un degenerado de mayores proporciones; psicópata, violador; quien  sabe. Nunca supe cual había sido su final.