RAFAEL. el de Bilbao.
Apareció por el Fontán hacía los años cuarenta –finales de la década-, del siglo pasado. Trabajaba largas temporadas en la ciudad, en donde, incluso, estuvo afincado durante un tiempo en una pensión en el Arco de los Zapatos. Solía estar auxiliado en su trabajo por una mujer de mediana edad y cumplida estatura. Buena moza.
Como buen bilbaíno
de nacimiento, solía anunciarse como: Rafael, discípulo del más grande y
popular charlatán Quinito. No sabemos
nada de aquel, pero este, en relación a sus maneras de despacharse ante el
corro, si nos atrevemos a asegurar que no tendría porqué envidiar a ninguno.
Este chimbo, encaramado en la tarima,
transcendía a paradigma del buen charlatán. Subastaba de manera complaciente.
Con sencillez, con buen vozarrón, también con particular acento persuasivo. El tenderete, -algo
parecido al retablo de las maravillas- lo instalaba, regularmente, al pie de las escuelas del Fontán, dejando la acera
–por entonces- como paso libre. En su valija mercantil disponía de artículos de lo más variado; desde cuchillas de afeitar, peines de asta, medias de señora, collares, etc.
Varón que andaría
sobre la cincuentena o poco más; vestía correctamente, sin exagerar, y, siempre
cubierto con la chapela distintiva de
su tierra. Mantenía sincera amistad con personas residentes en el barrio,
incluso, llegó a tener tertulia en establecimiento muy popular del entorno. Por
el Fontán circuló este vendedor de calle durante algunos años. De su existencia
posterior nada supimos.
Cayo Fontán
Cayo Fontán